La lucha contra el Covid-19 convoca a la organización independiente de los trabajadores
Las bolsas llevan semanas de estrepitosa caída, el IBEX 35 ha registrado desde el comienzo de 2020 una depreciación del 31% con caídas de hasta el 13% el jueves 12 de marzo, mientras todas las bolsas significativas de Europa sufrían caídas récord desde 2008 de forma sincronizada. Wall Street no se libró, la bolsa con mejor desempeño en 2019 tuvo que interrumpir la cotización dos veces en una semana por caer más del 7% en una jornada. El 12 de marzo ha sido un jueves negro. Pero el indicador por excelencia de que corren tiempos tormentosos, los bonos del Tesoro a 10 años de Estados Unidos, un valor de refugio para los capitales en fuga, registró una sistemática caída de rentabilidad en las últimas dos semanas. Cuanto mayor la demanda de los bonos, menor su rentabilidad. Los fondos de inversión en acciones se hunden. El petróleo cayó en picado porque Rusia no estuvo dispuesta a llegar a un acuerdo con la OPEP para reducir otra vez la producción de forma sincronizada con el cartel de exportadores. Se trata del estallido de una crisis contenida, subyacente a una aparente normalidad, que pone de manifiesto que todas las medidas de reactivación económica emprendidas tras la crisis financiera internacional de 2008 han fracasado. Las políticas de reactivación de los bancos centrales del mundo no han hecho más que acumular desequlibrios financieros globales que han estallado. La epidemia Covid-19 no ha hecho más que desencadenar esa crisis contenida.
En el sector petrolero, Putin no quiere bajar aún más la producción porque necesita atajar como sea el déficit público y hacer frente a sus gastos militares, en particular por la crisis en Siria. Arabia Saudita ha respondido anunciando que aumentará su producción y rebajará el precio del barril para castigar a Rusia en el mercado internacional. El efecto ha sido una caída estrepitosa en el precio del crudo de referencia, el Brent, hasta los 33 dólares por barril, un mínimo de tres años desde los 70 dólares por barril de enero. Las petroleras pierden dinero por debajo de los 50/60 dólares el barril. Es decir que el beneficio de las petroleras se hunde, y los ingresos fiscales del Oriente Próximo, Rusia, Irán, Venezuela y demás, también. Pero detrás de la guerra de precios está la sombra de la guerra en Siria en la que Arabia Saudita y Rusia están en bandos enfrentados. La divergencia sobre los precios es una expresión de la tendencia a la guerra del capitalismo en descomposición.
La espiral de los precios del crudo es relevante porque la caída de la demanda internacional, antes de la irrupción del coronavirus y la epidemia del Covid-19, quedó enmascarada por la maniobra de la OPEP y sus aliados como Rusia para recortar la producción. Los bancos de negocios y demás especuladores se abalanzaron sobre los mercados de futuros del crudo inflando los precios. La masa sin precedentes de capital ficticio que recorre los mercados en busca de su valorización se vierte en la especulación desaforada, pero en condiciones de crisis la posibilidad de esa valorización tiende a desintegrarse y desencadenar crisis financieras y de deuda. La última ola de caídas en las bolsas la desató el temor a que las grandes corporaciones sobre-endeudadas no estén en condiciones de cumplir con sus vencimientos y desaten una nueva crisis bancaria. En primera línea las empresas de aviación comercial y las petroleras no convencionales.
Durante 2019 la extensión de una crisis industrial de un calado colosal, que se ha reflejado con brutalidad en la industria del automóvil, ha trabado aun más la valorización del capital amenazando a grandes compañías con la sombra de su quiebra si no aplicaban métodos brutales contra sus trabajadores. Pero esos métodos tienen sus limitaciones y contradicciones. La caída de la demanda de coches en China ha llevado a que marcas como Volkswagen, PSA, Fiat o Ford tengan plantas íntegras paralizadas en las cuales los trabajadores barren el suelo porque no los pueden despedir por los acuerdos con el estado chino. Pero la caída de la demanda china se refleja en el desplome del beneficio en el resto del mundo y en el ajuste global de las plantillas de trabajadores. El año pasado hemos asistido a la quiebra de líneas aéreas low cost como Germania y Flybe, y al déficit en la explotación de cadenas hoteleras por la caída del turismo, situación que desembocó en la quiebra del operador más que centenario, Thomas Cook.
Los astilleros, la industria naval, está al borde de la quiebra en Corea y China mientras las navieras no pueden rentabilizar su actividad por la caída de las tarifas del tráfico de contenedores por la desaceleración del comercio internacional. El precio del gas se ha hundido el año pasado en el mercado mundial por los excedentes acumulados a expensas de la producción no convencional estadounidense, también al borde de la quiebra, y la escasa demanda.
Los precios de los alimentos en origen llevan cayendo desde hace cinco años con el final del ciclo de los altos precios de las materias primas. Los agricultores están al borde de la ruina a nivel internacional y en Estados Unidos asisten a una ola de ejecuciones de créditos con la pérdida de sus tierras. La Unión Europea es incapaz de sostener la Política Agraria Común (PAC) basada en subsidios. El bloque comercial de los 27 países europeos no consigue hacer frente al agujero de 60.000 millones de euros del presupuesto de la UE que ha dejado la salida del Reino Unido. En este escenario internacional Rusia mantiene su apuntalamiento del régimen sirio como reflejo defensivo de la preservación de sus aliados en el Oriente Próximo, frenando el avance de los aliados de Estados Unidos en la región, en particular Arabia Saudita la valedora de las fuerzas integristas adversarios de Al Asad.
Irán y sus cuerpos expedicionarios son la contrapartida de esta operación. Pero en este enjambre de fuerzas la intervención de Turquía para apoyar a sus aliados y destruir físicamente las fuerzas irregulares kurdas, como forma indirecta de desmantelar a su oposición interior, ha dejado planteado un enfrentamiento bélico con Rusia tras la muerte de 33 soldados turcos en la ciudad de Idlib, el último bastión de las fuerzas rebeldes en Siria. Un cese el fuego pactado entre Turquía y Rusia de forma precaria el 6 de marzo puede encontrar una solución algebraica con un ataque a Irán por Israel tras la consolidación electoral de Netanyahu gracias a la polarización de la derecha israelí detrás del plan de paz de Donald Trump para Palestina. Es en este sentido que se insinuó el acto de guerra de Washington con el asesinato del general iraní Qasem Soleimani en el aeropuerto internacional de Bagdad el 3 de enero pasado. El desenlace de estas tensiones está aun en el aire.
El virus de la catástrofe
Es en medio de este desequlibrio que ha irrumpido una epidemia provocada por el virus SAR-coV-2, denominada Covid-19. Es al menos la cuarta vez desde comienzos del siglo XXI que se registra una infección grave por un salto de un virus propio de otras especies animales con capacidad infecciosa para el huésped humano. Entre los antecedentes se encuentran la gripe aviar, la gripe porcina, y el MERS del Oriente Próximo. Son todas variantes más o menos letales de virus de origen zoonótico que han traspasado las barreras de la especie para adaptarse al huésped humano. Se trata de un virus con una gran capacidad de mutación. Si las mutaciones que han dado por resultado, en una combinación de azar y necesidad, la capacidad de enfermar al hombre se han desarrollado dentro de la especie de origen, o dentro del huésped humano, van a determinar en gran medida la posibilidad de su erradicación. Más factible en el segundo caso, como lo ha demostrado el MERS (http://virological.org/t/the-proximal-origin-of-sars-cov-2/398 ).
La epidemia ha actuado como un verdadero desencadenante de una agudización de la crisis. Los esfuerzos por contenerla, controlarla y reducirla han afectado a todas las esferas de la producción comenzando por China, su punto de aparición. La afirmación que estamos ante una epidemia con una tasa de mortandad inferior a la influenza (gripe) con un 2%-3% no explica los desvelos por controlar el brote. Los datos más recientes indican que la mortandad avanza hacia índices del 4%. La identificación de la gripe con el Covid-19 es una falsificación, incluso la afirmación de que se comportan igual desde el punto de vista epidemiológico.
Ocurre que la gripe es una enfermedad grave, cuyo agente el virus H(x)N(x) y sus diversas cepas, muta de forma continua y obliga a que la vacuna se adapte anualmente a sus características más probables. Su ocurrencia es anual y está asociada al periodo invernal. Su coste económico es alto en jornadas de trabajo perdidas y en su prevención. Es una sobrecarga habitual de los sistemas hospitalarios. La idea de que se sume una nueva epidemia anual de carácter regular va a duplicar los días de trabajo perdidos, la tasa de mortandad por estas enfermedades infecciosas, y los costes de la prevención y atención por parte del sistema hospitalario. En el siglo XXI el SARS y el MERS ocasionaron epidemias de corta duración que acabaron controladas. Esta vez no parece que sea posible y es ya una pandemia.
Por añadidura, no se sabe a ciencia cierta la frecuencia de la mutación del agente, ni la posibilidad de que evolucione a uno de mayor morbilidad y mortalidad, tendencia que se ha hecho presente a los dos meses de iniciarse la epidemia. Es decir, de momento se sabe poco y nada respecto del desarrollo de las patologías que se derivan de la acción de este virus, y no hay todavía experiencia clínica que permita un pronóstico de su evolución ni de los posibles efectos de largo plazo de esta enfermedad. Tampoco se sabe el grado de inmunidad que ofrece la infección. Por lo tanto los esfuerzos de las estructuras sanitarias oficiales por contener y erradicar la epidemia tienen una lógica de hierro. Otra cosa es que esos esfuerzos sean eficaces. Pero ese es otro capítulo.
China, de acuerdo con las últimas informaciones, habría logrado controlar la epidemia, que es ya una pandemia, porque en ese país el número de nuevos casos está cayendo y es inferior a las altas por curación. Pero en el interín la infección ha obligado para su control a un proceso de cuarentenas y aislamiento de enfermos en varias ciudades, a la suspensión del trabajo en toda la infraestructura industrial de una importante provincia, que se ha sumado a la desaceleración económica del país y global. En la medida que la producción y la actividad económica del país representa el 17% de la actividad económica global –Estados Unidos representa el 15%- los obstáculos a la producción derivados del SARS-coV-2 han repercutido sobre las cadenas de suministros de las industrias del resto del mundo, han desplomado el consumo de petróleo, y de conjunto ha provocado efectos similares a los de una catástrofe natural de grandes proporciones, que además se extiende por el resto del mundo.
Es relevante respecto de esta situación el hecho que los inmensos desequilibrios acumulados estaban destinados a expresarse de forma catastrófica porque esa es la tendencia más profunda del capitalismo. No estamos ante un salto en la cantidad que se transforma en calidad. El modelo no es el aumento de la temperatura que hace estallar a la caldera. La humanidad afronta un proceso de mayor complejidad dialéctica en el cual las perturbaciones en la periferia están íntimamente vinculadas entre sí en el núcleo mismo de una crisis irreversible del capitalismo. La propia presencia del virus es expresión de ella. La pobreza extrema del proletariado chino, su grado de hacinamiento, la dificultad de los trabajadores emigrantes para acceder a los servicios elementales para su higiene personal, no son ajenos al pasaje del virus a la especie humana en un mercado de Wuhan, en el cual la carne fesca de vaca y aves, pescados y mariscos junto con animales vivos destinados a la alimentación coexisten en un ambiente virtualmente sin regulación. Se trata de circunstancias vinculadas a formas extremas de superexplotación relacionadas con el rtetorno de China al capitalismo.
Los que afirman que la pandemia Covid-19 es una manipulación de los intereses creados con el objetivo de asustar a la población, para hacer negocio al igual que con la crisis económica, se asemejan a los que afirmaban respecto de la crisis de 2008 que “no es una crisis, es una estafa”. Esta posición adjudica al capitalismo que se derrumba un carácter omnipotente del que carece por completo. Es una afirmación que desarma a los trabajadores puesto que oculta que lo único que sostiene al capitalismo es la ausencia de una organización independiente de los intereses de la burguesía, propietaria de los medios de producción. Predican en el fondo la resignación frente a la omnipotencia del capital, cuando éste está en pleno derrumbe. Muy por el contrario, es la organización independiente de los trabajadores por un gobierno obrero la única vía para evitar que el derrumbe capitalista desemboque en más super explotación.
La catástrofe del virus
La tendencia general a la privatización de la sanidad pública, que es en definitiva el establecimiento del principio de rentabilidad sobre el principio asistencial de la población, ha sumido a los sistemas sanitarios a escala global en estado de precariedad creciente. En España el número menguante de puestos fijos en enfermería y medicina determina que haya regímenes de contratación irracionales para permitir por ejemplo los permisos y vacaciones de las plantillas. Se contratan enfermeras por días durante los periodos de vacaciones. Hay un importante número de médicos que tienen contratos de corta duración que se renuevan anualmente. Los servicios de limpieza y los de lavado de ropa de pacientes y profesionales y ropa de cama han sido privatizados con un claro deterioro de su cometido porque lo que impera entre los trabajadores es un régimen de super explotación que impide la realización del trabajo de acuerdo con las normas de higiene y seguridad necesarias. La posibilidad de los relevos en caso de enfermedad están por debajo de normas de seguridad mínimas. No hay existencias suficientes de elementos de seguridad para el personal médico y sanitario. Años de lucha contra la destrucción del sistema sanitario, por la defensa del sistema público de salud, se vienen saldando con un combate permanente cuerpo a cuerpo entre trabajadores y las sucesivas administraciones por mantener niveles mínimos indispensables sin lograr salir del estado de precariedad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha denunciado que “la escasez de suministro (faltan guantes, mascarillas médicas, respiradores, gafas de seguridad, pantallas faciales, batas y delantales) hace que profesionales médicos, de enfermería y otros trabajadores de primera línea estén peligrosamente mal equipados para atender a los pacientes de COVID-19… Los precios de esos productos han aumentado desde el inicio de la epidemia… El precio de las mascarillas quirúrgicas se ha multiplicado por seis; el de los respiradores N95, por tres, y el de las batas, por dos… Actualmente la entrega de suministros puede llevar meses y la manipulación del mercado es generalizada: las existencias se venden con frecuencia al mejor postor.” Una vez más se demuestra que las fuerzas del mercado, los intereses de los capitalistas, operan por encima de las necesidades de la salud de la población.
Cualquier avance radical de la ciencia que corte de raíz el progreso de la epidemia atenta contra los beneficios extraordinarios que la enfermedad genera, aunque ese avance radical también genere beneficio para el que sea capaz de desarrollar la vacuna. Mientras tanto el retraso en poner una barrera física real a la epidemia, conteniendo la posibilidad de contagio mediante la suspensión de la actividad laboral y aplicando de forma masiva el control de la enfermedad utilizando el diagnóstico generalizado y su tratamiento mediante antivirales, se hace a cuenta de evitar un enfrentamiento entre los gobiernos y los intereses capitalistas. Lo que está en juego es quién paga los salarios caídos por la suspensión de la actividad y las pérdidas de las empresas por la paralización de la actividad de un lado y el estallido del gasto público en el sistema sanitario para la prevención y detención de la epidemia. El incremento de los contagios en la Comunidad de Madrid ha desbordado en 24 horas el sistema hospitalario público. Esta es la situación en un país en el que el sistema público de sanidad, pese a su fuerte deterioro y creciente falta de recursos, existe. Los países con menores ingresos, con desequilibrios serios de sus balanzas de pagos, bajo la presión de los acreedores internacionales como el Fondo Monetario Internacional, bajo la exigencia de reducir sus déficit fiscales y con falta de recursos para mantener el sistema sanitario público en marcha van a sufrir una explosión de las infecciones y la cuenta de los casos fatales se va a disparar.
Mientras tanto los recursos técnicos y científicos que son acaparados por los grandes laboratorios son conquistas de la sociedad en su conjunto. Los grandes avances de la ciencia y de la técnica son un bien común, posiblemente el mayor de los bienes comunes de la humanidad en su conjunto. El desarrollo de la ciencia y la técnica está en relación directa con el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad. Cada vez más el capitalismo es expresión de la apropiación privada del saber humano como fuente de beneficio en contradicción con la necesidad social de que el trabajo excedente sea tiempo de disfrute y no de sufrimiento por la desocupación. En condiciones de una catástrofe natural como la pandemia provocada por el SARS-coV-2 esta contradicción entre el origen social de la “fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia social” y su apropiación privada por el capitalismo, se hace intolerable. El negocio privado de la salud, farmacéutico y asistencial, es una forma acabada de esta expropiación social.
La lucha contra la pandemia Covid-19 debe poner en marcha un poderoso movimiento por la centralización de todos los recursos de la sanidad privada y pública, de la infraestructura nacional de los laboratorios públicos y privados bajo un mando científico único organizado por el control obrero de la sanidad pública. Un objetivo primordial de este movimiento es la expropiación de todas las infraestructuras sanitarias, asistenciales y farmacéuticas privadas para su agrupación dentro del sistema público nacional de salud. Esta es la llave para garantizar el tratamiento de toda la población, para reducir la mortalidad a su mínima expresión y llegar al control de la pandemia. Esta no es una epidemia de gripe. En las naciones en las cuales el diagnóstico rápido y el aislamiento de los casos no se lleve a la práctica la enfermedad va a desbordar la capacidad de los hospitales para tratar a los enfermos y la tasa de mortandad se va a disparar, como el caso de Italia. La tasa global de casos fatales es del orden del 3-4% en una media que va del 0,1% en los más jóvenes hasta el 15% en los mayores de 80 años. En un escenario de mala evolución, previsible a la vista de lo que ocurre, entre un 30% y un 70% de los 7.800 millones de habitantes del planeta se pueden infectar, lo que equivale a una mortalidad de entre 70 y 165 millones de habitantes. “Sería el peor desastre en vidas humanas en la historia en términos de vidas totales perdidas”, de acuerdo con el virólogo del instituto James Crick del Reino Unido, Rupert Beale.
Por un mando central científico de lucha contra la epidemia del Covid-19 bajo control de los trabajadores
Por la expropiación y control obrero de las infraestructuras sanitarias, hospitalarias y farmacéuticas privadas
Por un gobierno de los trabajadores para acabar con la crisis del capital y sus lacras